Aunque hay quienes consideran que es preferible que el alumnado se sumerja de inmediato en el uso del aprendizaje cooperativo para que compruebe en qué consiste y descubra su filosofía interna, se ha demostrado que es necesario dedicar un tiempo, por una parte a crear grupo y, por otra, a desarrollar actividades de sensibilización sobre la importancia y los beneficios que reporta para el aprendizaje y para el bienestar personal el trabajar de forma cooperativa con sus iguales.
Y esto es así porque está suficientemente demostrado que no basta con formar pequeños grupos de estudiantes y pensar que ya forman un equipo de aprendizaje cooperativo, que pueden ayudarse y conseguir aprendizajes ricos y significativos. Formar un grupo y decir a sus integrantes que trabajen juntos no significa que deseen ni que sepan hacerlo. Con la introducción de algunas prácticas de trabajo en equipo, en ocasiones sólo se ha conseguido, como señala irónicamente Cazden (1991), socializar los asientos pero no el aprendizaje. Un grupo es mucho más que la simple suma de sus integrantes e incluso puede llegar a ser destructivo si no está convenientemente estructurado.
Establecer una cultura de cooperación exige, por tanto, un trabajo específico de sensibilización inicial hacia el aprendizaje cooperativo, en el que el objetivo principal sea crear la necesidad de trabajar compartiendo las tareas de enseñanza-aprendizaje.